Aquellas palabras que nunca se dicen son las que más duelen.
Sordos los besos abandonados en el eco bajo un tapiz perfecto de
estrellas donde yo me sentía tantas veces tu deseo más preciado.
Controvertido será cada escenario en el que no estemos juntos nunca más.
Las punzadas del frío. El cielo más abierto. La angustia en su máximo apogeo.
Temblar por tu ausencia.
Rezar e invocar a espaldas del orgullo y la dignidad por volver al
punto en el que me equivoqué sin saber que te querría más cuando ya no
estuvieses junto a mi.
Repetir la misma escena en tu cabeza con todas las cerillas de tu
memoria gastadas y a falta de sentimientos que ardieron allí donde
decidiste dejarlo.
El abandono es el sentimiento más cruel. El más despiadado.
Dicen que de una u otra forma todos necesitamos recuerdos. Y que de las
malas experiencias se aprende. Y aunque aprendas a levantar la cabeza
caminando sobre rosas grises y marchitas que se muestran caducas y
resentidas por todas las lágrimas que te derramé en vano...
Y ahora entiendo que los sentimientos que nos tuvimos, aquellos que me
obligas a olvidar se niegan a despertarse ante cualquier amanecer.
Y qué pesado se hace pensar que el tiempo curará las heridas que hoy no te dejan respirar.
Todos los pasos que te alejan de mi.
Cada movimiento por leve y sutil que sea me muestra que el Mundo no es
lo que escribías con tus dedos sobre mi espalda a ciegas.
Para quedarme ciega aqui sin nada. Donde nada me importa por el momento.
Momento en que no me encuentro ni me perdono.
Para llover sobre mojado. Para llorar sobre lo llorado. Inundando cada rincón que has dejado vacío.